Labores y memorias de Juanito Pana

Labores y memorias de Juanito Pana

Feo como alacrán que maldice
con su voz dejativa tras morderlo la muerte
(en acusmia de sepulturas bermejas y abandono
pues le hablaron las ánimas) salió
como duelero aquel Don Lino,
el maestro rural de Guajataca.
El Muerto Vivo.

Feo, pero seguro. En libro de concordancias
y cósmicos secretos, leyó textos de Alfarabí,
instrucciones precisas sobre cómo presidir
la Danza, el aquelarre, la fiesta de los macaveres.

Malo fue pelar el ajo y morirse sin recordar
a otros, a su pueblo, el por qué se mete
a espabilar los cuerpos en los montes
en medio de las quemas y las hambres.

Mujeres de Pepino, adoratrices de curas y albalaés,
esclavas del Sacramento Santísimo, ni a los Adonis
amados de Afrodita, la Muerte los proteje.
Un jabalí vendrá por él o ellos. Los mascará.
A todos los Adonis los destaja.


Niñas Cabrero, Mantilla Yparraguirre,
hijas de las familias de abolengo,
nenas más tiesas que el ajo,
leeré la Gran Cartilla de Alfarabí,
con voz que me permita persuadirlas
como Hernández Arvizu lo haría en vida
si viviera este día... no hay
ya Manos Negras en España, a su juicio
se fueran a la mierda, en escarmiento,
huyeron de Jerez y Andalucía. Se largaron
a Cuba, a Filipinas, al santo monte.


Comenzarán las Fiestas con Titina en la carreta
y una Novilla delante que la arrea; en enero
por Fiesta de patrón, habrá Misa y Danza
y el Negrito vestido de levita va decirles
que hay insensatas opresiones y mentiras.
El Santo de Narbona viene también en la comparsa
y el Hijo de Dios, el propio Cristo, con él viene
y con otros flechados, dolidos en la carne,
perseguidos y quemados en hogueras, vienen
y dirán lo que les dije: Este pueblo
de San Sebastian del Pepino
no es eterno, no rezará siempre como reza,
no seguira a pie juntillas sus hoy virtuales Sacramentos
(dándose azotes de ayuno y ausencias orgasmales,
resolviéndolo todo con misas de paga y ostracismo
para sus hombres generosos, verdaderos autarcas).


La muerte viene. Querrá su danza violinera.
Que no se enoje Don Andrés Cabrero
porque con Solines Hernández querrá bailar
la Calaca, ni se enoje Echeandía porque
Luisa Vientós ha de bailar conmigo.


Vendrán diablitos, ex-esclavos de sus matorrales,
explica Lino, el hereje por siglos, el rebelde. El feo.
En las Danzas de la Muerte, se pide
que sea el óbolo de hondo regocijo, que el propietario
se niegue por un día sus privilegios en Casinos.
Sepan pobres y ricos que la vida es finita
y vanidad de vanidades, el terco fruto.


Con las damitas de Zagarramurdi y las Labayen
bailarán, levitas a su vuelo y colorines, los demonios
en la Plaza, los sátiros morrongudos que lo solicitaron
a las Benajam, a las Arvelo, las del Pozo y Ballesteres.
2-6-2004

Troglodita silenciosa, la muerte

A veces me complico la vida
persiguiendo un nombre, el tuyo,
palabra señera que describa
tu mancebía y violencia de tronga.

«Cuando venga Ella», digo, y medito
cómo de la vida tomas tú la esencia
que te place, sí, me pregunto.
Al parecer la vacías: todo queda
tan quieto, tan solemne, después que vienes…

¡Y no te sacias, troglodita silenciosa!
Sacas vientre de mal años y exiges más
y más y más... ¿Serás la más cruel?
¿O la más bondadosa?

De una dicha precisa, nada dejas,
sólo caspucias, migajillas, fatua luz...
El cadáver. ¿Y qué importa?

Ya tu nombre, tu intención de olvido,
tu tálamo venal, garito concupiscente,
se presentó en la Misa, pidió perdones.

En la escena que tuvo por espinos
el verbo y su garganta,
lo dulce y permanente de otro ser
hasta este día, tronga lo hicíste andurriales,
para que huyera de tí, o te evitara.

Y me sospecho que nadie volverá a quererlo
(pero no se muere solo una vez, tú misma
lo traes y te llevas y, al final,
y palpo otra vez la hediente y sorda contextura;
lu carne impiadosa, otarra rancia
de intertextualidad...

¡Qué pena de advenir y carrusel!

Imagino a los muertos
como langostinos que saltan de la red,
peces por insaciable apetito transformados
y que oscurecidos, en el día final, se fijan tiesamente
al regodeo de la tristeza mía, se pegan
a las horas en que sucumbo contigo, Sepultura,
y con sus cuerpos...

La feroz madrugada vibra
el ciego holocausto de la aproximación;
me voy cuando ya tú me sueltas,
te dejo, pero me has sustentado en agonía
(y, si me has mutilado, qué ojos lo dirán, no sé).

Estuve al habla con una pena inmunda
y nueva que ajota hambre de ser
y prisa de aguacero, repentino e intenso,
y muina de barro y godeo de celo y mujer.
¡Ay, qué empleo me dio la pena y la tronga,
ardiente, lujuriante, caprichosa!

¡Que arrastre sobre los vientres de la sepultura
los de estos vientos que han devorado un mal soñar,
con los maderos viejos, leños de mal arder
y el mal dolor del trinqueval, con dos ruedas
del carrro negro, deslizado y sepulto al fin,
allí en la ribera de uverillos que florecen
en abril, y luego se secan, ajenos al río y la mar!

¡Qué pena de advenir y carrusel,
la vida como noria y giros de Samsara!
Téngase lástima por mí que los sepulto, por todos,
por los que nunca se aferraron al hoy
y por los siempre se aferraron al ayer
en medio del desgaste del ser-en-otros
y en Uno-ser y en Nadie-ser, espaciados
en inmensidad maravillosa. La muerte al fin.

Huérfana de palabra, Ella satisfecha en mí
y mi incrédulo yo, satisfecho con ella...
Entristezco, Don Aguedo. Vea que entierro
los míos, un cadáver tras otro, y ¿quién
vendrá por la sospecha de saberme poco,
todo y nada, cautivo de su nombre,
a enterrarme a mí?

Una memoria agradecida se encargará
de quitar mi nombre de Cerbero,
pero... ¡Ay! me hallas, te veo, te solicito
y con qué ojos percibo lo que seas,
no lo sé, Muerte, hasta hoy.
Hice el oficio de servirte, peor hubiera sido
ser verdugo y juez… En tristeza personal, te confieso.
Te he amado; yo te desnudo.
En cohecho de noria y carrusel, te amo.
Tú y yo fornicamos sobre las sepulturas.
26-4-1989

A Moncho Lira

A Ramón María Torres, pionero del canto poético
en el Pueblo de Pepino

...soltamos la palabra que es relámpago.
Iluminamos el coñazo de la Tierra
y cada trueno es el tambor
del latido universal y poderoso.
Sabemos el pálpito al misterio
y el pulso a las arterias
de cada árbol y bestia
y pájaro y lagarto.

Sabemos el color a toda imagen
y el rostro a toda visión y el aroma
a toda alborada, la humedad a la sangre.

Si nuestra voz se calla, el trayecto
de nuestra mudez es la Muerte,
pero la vida sigue ahí, vuelve
como anillo sideral y silueta
de metáforas latentes,
orbitantes, volátiles,
con prisa de hermosura.

Respiramos una música escondida
que todavía no es canción
en la boca del mundo,
pero que lo será y a veces, lo es...
porque el poeta es shamán entre shamanes
con mitología y en las profundas playas
(donde aún no llegan los peces perdidos)
lanza él la red de la esperanza
y la convocatoria.

Salva el poema ahí-donde...
la muerte nos vigila y el anzuelo homicida
caza a los prosaicos, mata al inocente,
detiene y pesca a los incrédulos.

Hay quienes preservamos
la distancia porque hay algunos
que odian la música
y no saben oír
y no saben amar,
mucho menos, verse
en octavas de atracción
permanente y contínua.

Entre aquellos que susurran
con equívoca rivalidad
de modelos mecánico-causales
está la varonía de los asténicos,
tróficas mentes, unidimensionales,
estériles de ojos blancos,
con un negro óseo, sin vuelo,
bajo la nube y la viga pupilaria
y con una sola voz para decirlo todo.

Ellos gritan y crujen y gimen
(dizque por elucidaciones), pero,
en su lugar, construyen
una clínica epidemia
hecha de ciegas medidas.

Los apasionados sufrimos y gozamos
por causa del sonido y la idea,
la gracia y la ironía,
los tonos y las promesas,
los silencios sin mudez,
el trino y las certidumbres,
el fuego y las lealtades,
las tristezas y las fantasías.

¡Qué ricamente nos llena la ola,
qué interior nos subjetiva en el espacio,
qué lecciones de unidad y convocatoria
nos dan: la Naturaleza, la Muerte,
la espera, el karma,
la gravedad y la entropía,
la dualidad y el orden asimétrico
que guarda como monstruo
la Maya sin miopía!
16-6-1989

El negro Atán

A Luis Cantántara (el negro Atán), el velador de cemeterio

Como ese día no hay otro que se valga.
Lamí el alimento emocionado, conoceré de Moncho Lira
su última morada, entraré al Viejo Cementerio,
al templo blanco de los idos, y preguntaré
al negro, más negro de los negros,
«¿Don Luis, cuál es la tumba? ¡Quiero verla!
porque dicen que su voz se oye por las noches
y que recita, entre tumbas, versos a la Scharrón,
ayes suyos por su enamorada».

No llevé flores, pero sí las Estampas
de Jerónimo Ramírez de Arellano
(lo escondí en un bulto de escuela).
Sólo, por si me oyera, ensayé lo que dije:
¡No te olvidaron todos; te leemos gracias
a don Jerónimo, el maestro, gracias
a un Boceto de Andrés Méndez Liciaga.
11-4-1989

Murió Sandalio la Yegua

Ven, Pavín, con bombardino en mano,
y que tu hijo se traiga la guitarra
y sus dedos mágicos y su alma
que es toda melodía.

Murió Sandalio la Yegua, artesano
con talentos exquisitos. Hay que recordar
los cargadores y el linaje de Cirila, fallecida.
Ocho generaciones por su causa se formaron.

A dos trancadas, se presenta la Muerte.
Llegó anoche al Pueblo de Pepino.
Ya se sabe por quien vino, sigilosa,
Luto pone en la casa de Sandalio.

Vengan, trajineros, que hay que llevar
su ataúd al cementerio y escardillar
ese palmo de sepulcro que a las verijas
y las piernas de Cirila se parecen,
a sus brazos hermosos y velludos,
a sus manos eficientes que tan gratas
fueron para las barraganías y los caprichos
de Cheo Font, su cortejo bravucón y majadero.

Arrancaremos las malas hierbas
en plena madrugada, acostaré al hermano,
consolaré a Pavincito, echaré en sal la tristeza
que los toca; es gente buena, cantarina.

Han sido útiles y honestos tanto que,
sin aflicción alguna, lo echaré en la boca
del reposo, en la tapia de la muerte,
como a las propias rosas.
16-6-1989

El líder de “Los Sucios”

a Juan Ignacio Bascarán Quintero (1854-1898).
guerrillero mayagüezano, organizador de la tropa
voluntaria de «Los Sucios».

No me gustan los ahorcados.
Menos las cárceles que injurian
el cadáver, menos las dudas
y circunstancias misteriosas
de eventos tales en que la muerte
reclama al inocente y al apesadumbrado.

Juancho, ¿qué pasó contigo?
Te colgaron, Bascarán,
y una bala perdida no aparece.
Del libro de visitas, se cortaron
las páginas. Al parecer, no te conoce
nadie. Siquiera Concha Gayá,
tu mujer, tus cuatro hijos.

No me gusta esta moneda
que se puso en tu boca, Juancho,
ni que haya nadie que reclame
tus huesos, ninguno que te ofrezca
un adiós en tu siglo, espadachín valiente.

Desde la Cárcel de Mayagüez,
después del duelo llamaron a Caronte.
Desaire a Schwan hicíste; sólo se dijo
Capitán de incendiarios, comevaca,
ése tu nombre... «Hagan el favor
de tirarlo muy lejos; ya está muerto
y aún sangra, el balazo que,
en Arecibo, le dimos».
3-12-1998

Don Aguedo y Juanito Pana

«¿Por qué la muerte está de ronda
todo el tiempo y el Padre de los Pobres
(lo nombran Don Aguedo Vargas y Labaille)
en el oficio triste, convirtiendo en ataúdes
sobrantes de las cajas de ajos,
tablones que olisqueamos como a sal
de bacalao y aún los lamemos?»,
a tí lo pregunto Meqaber,
a tí, Juanito Pana.

«¿A quién entierras hoy, don Juanito?»,
le preguntan. Juanito y la muerte
siempre hablan, se conocen
secretos. Intercambian confesiones
y, tarde o temprano, él no calla.
Y tampoco la muerte.

Olga Clavelillo murió de amor

A una hija de Polo Clavelillo,
el quincallero, a la hemana de Gin,
el guitarrista, a la mujer
de un macharrazo, el policía,
se le recibirá en tierra y camposanto.

«A ella me la trajeron:
yo le entierro sus huesos».

Su historia supimos en el Pueblo,
pero su cuerpo, que era osamenta,
puro hueso, flacas carnes,
del Bronx provino.

¡Pobre mujer! con una tijera se armó,
corrió al marido y le dijo, en su histeria,
«Tú no mereces la felicidad.
Con engaño me manchaste la cama,
con sudor de otra mujer,
te subíste a mi cuerpo».

Se llamaba Olga Clavelillo
y, mujer de un abandono ocasionado
sufrió la burla a sus treinta años de amor,
fielmente compartidos.
Se llamaba Olga Clavelillo,
hija de Polo, el quincallero.

Ella, linda y dominante,
potoquita, con piernas bien formadas,
antojable culito, murió, señal amarga,
murió de amor, vieja, con el útero yermo,
loca y malquerida, añadió el sepulturero.

Y le comenzaron ataques de locura
y ascos por no comer y hallarse
con la ropa que olía a marido
por 30 años en su cama
y, al rato, adivino su amargura
y se armó de una tijera.

Quería matarlo, junto a su chilla:
Éste fue su crudo pensamiento.

Un negro de 6.’4’’,
negro macetongo de New York,
también puertorriqueño, fue su marido
y la mató de un golpe sin macana
y de un tiro sin pistola.
Dio en su alma garrotazos
de resentimiento, ella en despecho,
soportándolo todo, callando.

Enloqueció de amor, de pronto,
porque el amor es un puñal filoso,
un mal pretexto en palos
y también mata si aprende cuchilladas
en el trapo de la espalda traicionera,
en la mortaja de los días de llanto.

El le estrujó en sus narices
otra mujer adquirida. La embarazó
a sus espaldas y le dijo:

«Olga, tendré un hijo,
el que tú no me díste, ya no bajaré
al Joyo de Millán a darme tragos.
Hallé mi dicha. Díme adiós, hoy es
que de veras me jubilo y descanso…

Tengo una mujer salvadoreña
y más joven que tú y más ardiente;
ven y mírala, está en el carro,
convéncete, ¿o le digo que baje,
y te muestre a mi hijo?…»

Y, por machorra y burlada,
murió Olga Clavelillo.
6-7-2006

A Ramón Durand

… a Ramón Durand, quien fundó, en el 1835, el Cementerio
de los Coléricos, en la parte Oeste del Cementerio Viejo

Nunca ví a ese Durand,
al cura que sabía sobre la muerte,
al sacerdote compasivo del enfermo.
Yo en los curas no creo.

A ellos, quizás con excepción
del que mientan, Ramón del Ochocientos,
la muerte les da asco y los pone nerviosos
y, por ello, hablan en idiomas extraños.
Se le tuercen los labios y se le encrespa el pelo.

La muerte sobre la que hablan escupe
sobre el pobre, aleja a los mendigos.
Su Muerte no dialoga, es absoluta,
demasiada santa y se da el poder
que tiene a soberanos, a sus gendarmes,
se desliga del tiempo y las instancias
de la calle y de las horas, una muerte es
sin Alguien Cotidiano, sin un sepulturero
de mi estirpe: Yo soy Juanito Pana,
en materias de sepelios, el Maestro.

El sacerdote reza algunas jeringonzas.
Le pagas su latín, su ofrenda, sus misas
de post mortem, pero él no te entrega
el respeto que yo entrego.
Al Estado, al Monarca, a los Papados,
los llamaron en antaño, cuando fueron
tiempos del presbítero Durand,
cura aparte de coléricos
y tiempos de Cabrero, el hacendado,
la soberanía indivisible,
el derecho absoluto, lo acabado
y perfecto; pero la muerte en persona
me lo dijo: ¡Me valen ocho cuartos,
me cago en todos ellos!

La muerte mandó un destrozo

En 1851, una descarga eléctrica causó serios destrozos
en la Iglesia, la imagen del Santo Patrón San Sebastián
Mártir, quedó destruída: Andrés Méndez Liciaga, Boceto

Yo conozco la muerte a la que llaman
la Viajera Oscura, no me engañan.
Conozco la noche en que aparece,
el rayo que la exalta, la descarga
que produce, la luz que tarde se asoma…

Esos que discursan acerca
de las muertes mentirosas
mientras comen opíparamente
en mansiones, en haciendas, en casinos,
de la Muerte verdadera que manda
la centella y destruye sus templos,
nada saben, nada. Nada.

Sin embargo, la Muerte conmigo se sincera
y me dijo: Yo tiré el Patrón Santo del nicho.
Lo hice pedazos, quemados maderos,
caspucias de porcelana;
yo con actos como ésos me río.
Yo eché la descarga sobre el templo
e inundé la Casa del Rey, a pocos días
de agosto de 1839, cuando dijeron
los absolutistas, con orgullo,
al fin fundamos al Rey su Alcaldía.


Tengo seis mil años de extensión.
Gaspaleo con las miserias por entorno.
Bebo sangre de fértiles valles.
Lo pruebo todo, con agua y fuego.
Me asedenté en el polvo.
Maldigo lo que a mi paso dejo.


No soy yo quien reciclo los mitos.
Son quienes convocan mi huyilanga.
Gritan: «¡Véte, no vuelvas!»
Entonces soy su Desprecio.
Fundan la muerte falsa, o la amenaza
de su esencia y sus símbolos.
La Gran Menospreciada.

A mí la muerte me dice muchas cosas
que no están en el Boceto.
3-5-2002

María Peregrina

a María Peregrina Font-Thompson

Te voy a documentar la sepultura.
La inteligencia, el prestigio tardío.
Te buscaré una lápida, aunque acá
no quieras tus huesos ni velicar tu aroma.

Voy a escribir en corazones que te amen
como cuando fuíste la hermosa Font,
eso sí, la bastarda, señalada, murmurada,
a escondidas descrita como estigma.

… porque la Muerte, cuando llega, ventila
muchas cosas; te pide el apellido y los osarios
y que vengan a quererte los que amas
y odiarte, sin perdón, los envidiosos.

A tí señuda, desde siempre,
por tus buenos riñones, te recordé colegiala,
esforzada y con todo derecho a la arrogancia.
Te miré de reojo las piernas exquisitas
y ese busto y silueta: elegancia de tu estirpe.

Después de irte, adolescente, te supe
en Nueva York, siempre triunfando.
Eras, para mí, la más linda pepiniana.

Acá, sin embargo, la bastarda... el susurro
de una clase excluyente, envidiosa, victoriana,
que vio finalmente tu poder en el mundo
de la moda y la elegancia, en el trato del jet-set
de América Latina, en el respeto de Doña Inés
en Fortaleza, en el mundo del arte y las finanzas...
13-9-1990

El gran señor

Idelette, hija de Buré,
yo fui elegido por el Gran Señor, el Excelso.
El me predestinó por encima de autoridades
Intermedias entre súbditos y Estado,
con el fin de crear la burocracia eficaz,
el Consistorio, el instituto cristiano
y por tal razón echaré tu falda abajo.
En tus tobillas estará todo ropaje.
Abriré tus muslos. Haré morada entre ellos.

Con vulva de mujer litaré el evangelio.
Me seguirán los puritanos,
los metodistas, los creyentes
en la autoridad escritural de viejos libros,
el León, el Aguila, el Asno que mastica
y come la Palabra Santa y las palomas.

Esposa mía, regresaré
con gozo de chupar esas golondrinas del corpiño.
Mi boca se llenará de tus vellos
y tu púbico clotis
y mi espada caliente condenará
a los estériles y tibios.

Volveré a Ginebra con el aceite blanco
y la leche de las corderas
y cantaré por las palomas que tienes
en los senos, mujer santa,
porque Dios elije al que ha de salvarse.

¿Qué importa entonces el Concilio de Trento?
¿Qué importa a El, excelso y absoluto,
si se espantan los hijos de la fe malentendida!
3-10-1990

Hipocresía

¿Qué haré, Tierra mía, para darte
la restauración debida
y cantarte en mis salmos,
qué haré si soy quien te esquilmo,
te fornico, te odio,
mientras digo: Te amo?
3-10-1990

La muerte generosa

Mejor que no me observen
ni me compartan quejas.
Que no vayan a mi jardín
ni me añadan sus flores.
Quiero ser muerte a escondidas.

Esperen. Levantaré mi mano
y les llamaré porque conmigo
serán amados, mis prójimos,
seres de mi anhelo, lo prometo,
pero no formen bola,
no se agrupen, yo sé mi archos,
mis reglas coercitivas, mi voluntad
de cizaña castradora.

Sé cuando expido mi consentimiento.
Sé cuando quiero el fin de las persecuciones.
Sé cuando recibo a los desprestigiados
y cuando acabaré las extorsiones
y la privación por violencia y engaño.

Por más hermosas que pretendan
sus agendas, dejen sus tijeras
en olvido, hagan como Olga Clavelillo,
no engorden sus palabras, si son vanas.

No prueben bocado, aténganse
poco a poco a su amor a cuestas,
a su amor sufrido. Así es
que se muere con sabiduría.

De lo contrario, yo deformo, apago
el aliento, y los preño en la angustia
por las sendas de días y sinsabores
más largos que el cienpies meado.

No me cobren una cuota
por el amor que permito.
no hagan nada por fundirse
en mi abrazo, suicidas del chantaje.

No me sellen con emblemas
por sabérselo todo: yo soy la boda
y el divorcio, soy el jardín que yo quiero,
el policía verdadero de la dicha,
el retollo de una flor y los cipreses
del colapso, árboles llorones
afines a mi llanto.

No quiero proclamas con medidas
para mi emplazamiento
ni género ni número ni turno;
no doy licencia a destiempo ni ofrezco privilegio.
Que no haya enojo, yo si lo decido, amonesto.
No se afane ninguno por una norma de muchos
ni una coerción de pocos. No lo acepto.
No imito pendejadas soberanas.

Que no haya prohibiciones que equivalgan
al castigo, yo soy la Generosa,
sin monopolio de verdades ajenas.
Los que me insultan, o me menosprecian,
en su propia impostura los preservo
con la fuerza que condena,
con el robo que les roba,
con el odio de sus propios desprecios.

No. Yo no me burlo.
Los recibo en el Seno de Abraham
y beso a la mujer majúa,
como a lloricas que vendrán a mí,
a su debido tiempo.

No multo por lo tarde
a quien regresa ni añado más traición
a los que se traicionaron a sí mismos.


Házme fiesta hoy, Cosabella

a Benito Nieves, uno de los Cosabella

Sólo la Tierra, mi jardín materno
entre los hombres, no las masas dionisíacas
con la distrofia genital de los abusadores,
examina el dulce encanto del carbono,
mi sólida mirada de diamante;
sólo los que regresan con humildad
tienen jardines, cuidan las cosas bellas
de la Tierra mía, mi corazón materno.

Benito, házme fiesta hoy.
Bendeciré a Los Nieves, va a morir
al fin la madre, tu más querido
y ponderado centro, el punto luminoso
de tus propios jardines,
quien mejor que nadie a tí
sabría llorarte, bendecirte, quererte.

Yo la ví calamitosa, paradiabética,
sensitiva, triste, melindrosa.
Examinó los rosales de Esteves,
el licenciado, y se detuvo en Rabo ‘el Buey,
me piropeó los ojos, vio diamantes
y susurró mi nombre, me dijo «Cosa Bella»
como profirió ante los hijos
que de su vientre nacieron,
como dice al jardín de tus cultivos.

Obedece, Benito el Culón,
prepárame almojábanas de olor
gustoso. Házme pasteles de yuca
o calabazas, si es posible.
Traéme dulces, atole, abundante café,
jugo de tamarindo. Haré un banquete.
En tu casa, un velorio.

Quiero una cosa bella de tu tierra.
A tu viejita madre, que estuvo sola
enseñadote nostalgia cuando te fuíste
a Brooklyn. Hoy seré yo quien te recuerde
que de la casa a la factoría,
no todo se aprende, no todo
se factura en Brooklyn, Benito.
Ni de la soga a la casa
ni de la casa a la soga
se amarran los amores.

A ella tengo que llevármela ya.
Que no se llene de achaques.
Que no se amargue su sangre.
Voy a enseñarle las cosas bellas
de mi mundo. Te lo prometo,
Cosabella.


Doña Dolores pateaba el atáud

a Doña Laura Alicea-Prat

¡Suerte que tienes, muchacho!
Conocí a doña Laura y ella descansa.
Tuve que cambiarla de tumba,
enterrarla sola, aunque la puse
en la tumba sin nombre...

Conozco, por igual, quien se revuelca
en su sepulcro y quiere volver y, no es posible...
ya son puros huesos y gusanos;
pero ella, tu abuelita, descansa y se fue ya
a otro mundo. Está en el Cielo, y la última Prat
(de las orginarias), ella no
(aún no se va); lo sé y te lo aseguro...

Ambas fueron de Mirabales y estirpe catalana.
Les conozco; pero Doña Dolores, pobre anciana,
patea los huesos; los cruje, habla de noche.

No la enterramos sola, en un principio.
Con huesos que no son suyos la surtimos.
Y anda enojada. El cementerio es pequeño, muchacho,
y sepulto una osamenta sobre otra. En las cajas
pudridas, sólo hay huesos, Doña Laura Alicea,
a huesos de Prat y Vélez los besaba, cuidándolos.

A Cadafalch, sin embargo,
los Vélez y los Arvelo, Doña Dolores repudia.
Los Hermida se religan en sepultura si junto
par de ellos a tus Ortices y Latorres y Arocenas,
deudos de Guacio y Cidral...

Pero yo me equivoqué una vez y en la tumba
de Prat metí restos de un Tal Del Río y la viejita,
madre de tu madre, no quedó en paz por eso,
repárame el entuerto; me dijo y despertó
una noche que vine abrir su tumba, por su ruego.

Me gritó desde la médula del calcio,
me habló en el corazón del hueso.
Ella quiere salir de la fosa, viajar y ver la sílice
del mar, cantar aleques, como se hacía Cantalunya
y veré si por ella y por los suyos hay velas encendidas
y si hallaron la estampa de La Morenetta
y Santa Eulalia, porque la pidió para su novenario.

Cuando doña Dolores, centenaria, patea
el ataúd, se oye clarito, se oyen sus huesos
que golpean como en tambores, se oyen
los viejos catalanes hablando sus dialectos.


Se acabó el velorio

Perdono, pero no olvido.
Odio al chota y compadezco al infeliz:
Fele Pérez, alias Jevi el Mentao (pepiniano)

Se avecindó en el Callejón de Braulio Vélez.
Sería aldeano ya, lo conocería el casco urbano.
En la extensión de la Calle El Bacalao.
aprendería las cuitas del posmodernismo,
la pose coqueta del enamorado, el prejuicio
de los conservadores o los que impugnan
la memoria del pasado y niegan su valor.
No se contactan con modelos arquetípicos.

Con razón Jevi miente que el tiempo se evapora.
A Él no lo comprenden. Eres un energúmeno.
Te comportas como el hombre primitivo.

Con licor en su garganta se le pierden
los ojos y ejecuta los rituales
de su ancestralía, mierda ‘e puerco, Eneas,
que fue su barrio. Mienta el Mentao
la tierra idílica, donde el tiempo es puro,
no como el posmodernismo del presente.

Una diosa del pueblo él vio. Linda es
Belmontí, o monte bello para el rito regenerador
de primavera. En vano creyó ser moderno
con sus ojos de machetero primitivo,
con ese olor a cerdo que tenía en el alma.

En fin, de una hembra tan apetecible,
se enamoró el jibarito. Decía: «yo sí que
ví una de las diosas y les juro
que Ellas existen todavía».

Y sin preceptos ni cautelas, gritó:
«Voy adorarla. Lucharé sus amores.
No se opongan no intervengan.
Mi machete llevo en el cinto».

Entró a la casa que anticipó el altar
del hombre logificante, moderno, tecnológico
capaz de rechazarlo por causa de sus mitos
de lo eterno, lo retornante y lo cíclico.
Estaba enamorado a lo divino
y no pudo escapar de su pasado.
Otra vez ebrio, intensamente sensitivo.

En una víspera de Reyes, entendió la gran crisis
del sujeto. No respetan lo macho de sus arquetipos.
La diosa lo reprobó. Nada suyo han querido.
Del templo lo sacaron a empellones.

Los modelos metaterrenales se derrumbaron,
por fin, y él rompió los altares a machetazo limpio.
Sí, van a sacarlo, pero el macho lo juró
ante el Bel-Monte parejero: «Pues hoy
que se acabe la fiesta y el milagro;
perdono pero no olvido».

En la cárcel está Fele Pérez, Jebi el Mentao.
Rompió el pesebre, el nacimiento.
Descabezó los santos en la casa Belmontí.

Lo aleccionaron y en pluralidad de relatos,
no totalizadores, pontifica al contar sus anécdotas:
Nunca más vuelvo a enamorarme a lo divino.
22-3-2006

Lamento de Moncho Lira

Hay una muerte que hipnotiza, mentirosa muerte,
y no es mía y no me representa. Ebriedad es,
sopor de limbo innecesario. Esa muerte
no es mía porque soy un caminante y ningún asco,
como ella, objetiva ni sicológicamente,
me detendrá en el sendero en que enrumbo.

Yo sueño con amores inmortales,
transformado seré en mundos de los dioses;
en bandas de continuidad hallaré mi espíritu,
en circuitos de siquismo puro me amaron
los que vieron mis lágrimas, el desdén del Casino,
el menosprecio de una amada a quien llamé Divina.

La muerte que me condena no cree en mí.
¡Pues malrrayo la parta, no es Vida!
Si ella me suplanta, no es mi gusto,
si me muestra dientes blancos y acaricia
con uñas largas, será un fantasma.
Un delirio. No será la muerte mía.

Maullará como las gatas en tejados.
Observará como una araña oscura mi aflicción:
¡cómo hizo telar en las casonas viejas
ese animal de falso amor y distancia!

Ciego seré para no ver a mis amores, ¡ay!
tan mortales, cuando sea yo quien vaya
entre las brumas de la Estigia.

Memorias de Luis Vélez

Para declarar la novedad de lo adquirido,
su paso por Williamsburgo, su buen vestir
de ahora, observa con la mirada torva.
Camina con paso jactancioso, tumbao.

Riñe con arcaicas costumbres,
se burla del terruño y del viejo descalzo,
del niñajo esquelético y la jíbara casta.

«¡Cuidado, guapetón!», ya te echó el ojo
Niké y una hermana de Crátos.
Al Bíos se dijo: «él me gusta pa' qué Keres»
y Keres, diosas de la muerte son;
hálitos de premura, bocados de carroña
que se sirven a buitres, a los Unos
/ don Nadie / Señores Cualquiera Sean
/ wanna be de lo inauténtico,
odd guys / and ugly losers.

A los que burlan selva y tribu,
etnia y casta, autoridad afectiva
y todo lo tornan en dolor y despojo,
en poblados y en aldeas,
cualquiera sean, de Corinto al Helesponto,
de Añasco a Ceiba, de Mayagüez a Pepino,
Zelo los mira, lo sopla a Crátos.

A la fuerza, al poder, a la Kürwille
se cuenta todo, se investiga.
El informe es completo, minucioso
y Zelo lo presenta, con celo,
detalle por detalle
y sin mentira
a la Muerte.

El esnobista que blasfema,
el farfullero, voz de títere malo,
el odio de alguna gente lo llama
con nombre y apellido: Luis Vélez
y vieron que salió de «El Ultimo Trago»
de Don Funda y antes entró
a bares del Guayabal.

Se percibió lo indecible: espíritus
de ron caña y espejismos de sí mismos
junto a Santito Rosa, el ojo de águila.
Aquel del cigarrillo bien posado
entre dedos y 6 pies de estatura.

Siempre imprudente, el aguajero dijo
que su nombre fue escrito
en la koinonía politiké
(¡soy importante! y trajeado
aquí se arma mi cinto,
aquí guardo disparos).

En el libro de los muertos
y en el libro de las horas,
se tendrá mi memoria
y hoy soy animal cívico,
hombre de empresa, bodeguero,
y vayan a ver mi bar en Hoyamala.
que la guardia no bajo, ni a mis años.

Muy distinto a la aldea que le dio despedida
y lo vio con una mano atrás y otra delante,
emigrado a los niuyores, en antaño,
es él, hoy es nuevo su mundo de progreso.
Lo advirtieron: «Luis Vélez, parejero,
Pepinito sigue siendo el mismo».

En la barca, con Caronte al mando,
se perdió su moneda, oferta
de llevarlo a la orilla de ese allá
tan prometido, el Edén social
que cree que se merece,
para que sea mayor su autoridad.
Y, en fin, tenga comodidades,
lengua nueva, verbos más incisivos
y reconocimientos.

Mas fue aquí que naufragó,
«Carajo!», dijo. Vuelvió la burra
al trigo... Sea como sea...
Llegó, entérate, Pepino.
A Luis Vélez lo vomitó la bruma
y lo tienes aquí, en Fiestas Patronales,
en enero bendito, comprándose
con insolencia el Pueblo Entero.

De Hobbes trajo el contrato
de las bestias y mucha rabia observadora:
¡Qué feo está este pueblo, carajo,
mira ese viejo con la artesa en la cabeza!


¿Qué carajo pasa en esta barra?,
siguen eñangotados agregó él
y Zelo le salió, en sobresalto, del bolsillo,
celo que es hermano de Niké,
¡ni qué te importa, pendejo!
Zelo que no traga cuentos,
que no se esconde en el miedo.

El coraje lo tiene objetivado.
Zelo es venganza arrolladora,
la dinamita pura, la pólvora
en el trago que se bebe.

«Aquí no pasa ná que te importe
y cállate, porque sé que te cagas
en Dios y no me gusta,
tú maldices las hijas profundas
del terruño, a lo más bello del Hades
y de las Gracias, al inframundo
y el misterio, Luis Vélez».

Y no abrió la boca más
sino que oyó, más bien, que Vélez
lo maldijo: «¡Me cago en Dios!
Mira quién me habla de las Gracias,
Zelo, el borracho, Zelo ajumao».

«Que te calles ya», reaccionó Zelo
y le bailó la cara a Luis de un galletazo
y lo tendió en el suelo y lo observó con asco.
Yo soy la Muerte, hablador,
y si te digo cállate: ¡A callarte!

Meditación de Juanito Sacramento

... Y, de hecho, la propia nada, como tal,
estaba aquí... ésa es la manera como nos acosa.
En su presencia enmudece toda pretensión
de decir que algo es: Martin Heidegger

La muerte es el bochinche más hermoso.
Casi es silencio. Juanito Sacramento
lo presiente. A La muerte propia, irreductible,
no se burla. Ninguno podrá desfigurarla
o jugar con su gozo, sujetarlo al tripeo.

Una posibilidad permanente estuvo aquí
y hoy, en el intransferible acá, dio el tumbe
y del mundo de utensilios, lo tuyo,
nada quiere. Nada le basta.

Todo es tusa, bazofia, lodo.
Vales para el suspenso,
La Nada impera.

Un ser para sí es quien invita
a la existencia auténtica al varón de Jauja,
a las hembras entre ropas tendidas, un ser les habla.
Un ser cuya presencia se da en lo desoculto.

2.

Judex ergo cum sedebit:
quidquid later apparebit;
ni inultum remanebit:
Requiem Tuba Murum

Ningún cafre, con su bayú, transforma
este objetivo que Ella trajo
con el afirmativo Sí que vuela tan bajito.

Ningún diablo en patines
la arrancará del volante, Ella maneja.
Dice su inesperado «Es Hoy»
y comanda la relación originaria
con el Ser. Todo a su antojo.

Es la jueza que evalúa lo oculto.
La Gran Dispersadora de tinieblas,
cesación de lo orgánico
y pide bíos y cuatro puntos
cardinales y el centro del punto caramelo
y la ilusión y cada proyecto de la muchedumbre.

No oye ya a poderosos ni machangos
ni al pichote que es bobo a propia cuenta
ni a pendejos ni a los listos de millaje
ni a cualquiera que perjure sus ínfulas
y el dominio con angustias medulares.

En vanos dicen los mortales: ¡No quiero!
Ni ebrio ni dormido rendiré mi Jamás,
mi No rabioso. En vano dice:
«Ni muerto ni cadáver, perra bruja».

Se afanan con sonidos de trompetas, pero...
en fin, no se lucirán esos chayotes. Nunca.
«¡Que te den morcilla, Chucha sata!
Que te emponzoñe una araña panteonera
antes que me toques con tu olor de sequedal.
O telerañas en los harapos negros».

¡Pobrecitos! Quien sin sepulcros cavados
por los hombres, retumba con sus voces
es la que nunca se avergüerza.

3.

Visualidad es, desnudez pura, voz de inocencia,
Lux Aeterna, Jueza de la Cesta hermosa.
«¿Qué vale el truqueo de los pateones?»,
Don Luis, sepulturero, lo pregunta.
«¿Qué la girla que reparte sus cricales?»,
acota don Emilio, su ayudante.
«Nada», responde Atán el negro,
vigía del Cementerio Viejo de Pepino.

La reina de la Luz, habitante del Túnel,
no talonea en burdeles,
no es Mapi por el placer cautiva,
no es el azar de Maximina, bolitera
con quien puede apostarse los pesos y centavos.
«Es la Misa Suprema y día de lágrimas,
lacrimosa dies, versa est in luctum»,
susurra Juanito Sacramento por causa de escuchar
las misas de difuntos del Curato y la Iglesia.

La propia nada como tal existe aquí.
Vino Ella. Lo ente en su totalidad
quedó caduco. El puro ser
y la nada son lo mismo.

A don Mayito, el zapatero

En un zapato acosté la vida,
en un zapato que se fue hasta el lodo;
no siempre se vive agradecido, valeroso.
Estar de pie es un poco morir
y desgastar los pasos.

Tú me ayudaste, Mayito, con tu alegría
y tu humor, tú zapatero, renovaste mis suelas,
me rezurcíste el cuero y a veces, mi alma,
sucedía al verte con la guitarra en manos.

El zapato se desgasta y el aguante.
Te lo dije, don Lano; se lo había dicho
a Don Geño y Otilio, recordamos
a Cheo el Oso; ebrio en sueños
ya de gigantes estaturas, futurísticos,
en zapato con ruedas, él pensaba,
en patines para todos los niños.
En verse en la carreta de su viaje a la tumba,
sí cuando estaba triste. Eso sí,
como recordaba don Mayito
y Don Lano, delantal, zapatos que remendar
y cuchillas a la mano. Nuevamente,
cuando vuelva a la vida, querrá ser zapatero.
6-7-1980

La Llorosa

De Aibonito a Coamo, va el poeta
sin fortuna. Uno flaco, vicioso, malnutrido.
Cantarín y llorón se regresa por la senda sombría
y alude a la eternidad, cursilón e irreverente.
Siempre lo ha sido: «Sé muerte mi refugio,
Una respuesta pido. ¡Trágame, tierra!».

De la noche, él ignora su misterio,
su encanto de esplendor oscuro.
Tanto bebe que el sol, cuando se pone,
lo entontece. Sí. Bien que parece
que ha comido alejijes.

Y va temblando. Exhala su aliento espiritoso.
El trayecto de hediondez es su desgarbo.
De pronto, creyó que oyó unas voces.
«Trágame, tierra!» … su madre.
Compungida estará cuando lo busca.

«No. Otra será la que gritó: Hijo mío».
Tenía su misma voz, su llanto.
¿La oyó de veras?
«No. Mamá está muerta....
Yo la maté de penas, Díos mío!»

Entre juncos y aldizales, la Luna muestra
el tendido. Será una cuna de tela,
un manto blanco donde llora otro niño.
Y bajó de la yegua como pudo.
Socorrerá la criatura. Está en peligro.

Ebrio o sobrio, se juzga un poeta sin fortuna,
pobre diablo, varón sin gloria, pero enternecido.
Lo buscó. «Paso al héroe, carajo!», murmura.
Un niño llora, más débil que su madre,
sufre en el frío. ¡Ay, que no muera el niño!

Casi a gatas se tiró a los aldizales
y peleó con ramas y sombras y la Luna
se puso en el centro de la manta.

«¡Trágame, tierra!», dijo. Pánico.
El niño muestra colmillos afilados,
andanas neguijosas, uñas largas.
Una víbora, su lengua y lo lamió
en la frente. Un demonio se ríe
por la boca del crío.

Corrió como centella. «Trágame, tierra»
es su grito. Subió a la yegua el poeta
y la juma corrió por el camino.

Dicen que ya no bebe ni requiere del ocio.
Ya trabaja. No pide a la eternidad que lo socorra
ni a la muerte ni la fosa que se lo lleve pronto.
7-4-1976

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Acerca del autor

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Biobibliografía

Carlos López Dzur, miembro de la Generación de Escriores y poetas del Setenta en Puerto Rico. Comenzó a publicar sus libros en los 80; educado en la Universidad de Puerto Rico, San Diego State University, Universidad de California y Montana State. La mayor parte de su obra expuesta en las redes de la internet. Se ha dedicado a la enseñanza de Historia y Filososofía Contemporánea y el periodismo. Tiene más de una veintena de libros escritos (prosa y poesía). Entre ellos, «Teth mi serpiente», «Tantralia», «Lope de Aguirre y los paraísos soñados», «Berkeley y yo», «El pueblo en sombras», «Heideggerianas» y otros.