Introducción a la laguna

Introducción a la Laguna

Hoy leí / me sumergí en el libro de las horas:
el hombre apresurado, la mujer infinita.
A los hijos de la Estigia, cuatro son
en la Tierra, los observé en las aguas.
Los extraje del naufragio
y los salvaguardé con angustia.

Los vestí con la sociología.
Quité harapos, sedimento malo.
Los alimenté con piel nueva, futuro.
Para el hambriento dí pan de optimismo.
Los alivié en los kimtu, en aldeas gentilicias,
en villas de refugio, aún consoladoras.

Naditu les habló misericordia:
«Hay luz moral», les dijo,
«el bien y el mal que luchan,
ldualidad de la luz y lo oscuro»,
en un punto singular. Será Cocito
en qué sé yo lugar del mundo,
su laguna de dialéctica fecunda.

Hay también cien años de lágrimas
y ríos y charcas y olvidos y naufragios
por donde se desplaza la flecha
del tiempo, el uno puntual que marcha
y organiza la recta, aunque concibe
a veces su mundo caprichoso,
retrógrado, in desperadum.

Fúnebre día es hoy
cuando sicológicamente
se les recuerda el hallarse
en lo olvidado, lo desfigurador,
el rumor y el colapso,
el Señor CadaQuien y el Don Nadie,
acaecerse sicológico
en lo ya conocido, Tánatos y Eros,
que si bien se han opuesto,
rescatados de Cocito, en tierra firme,
si algo lamentarán,
es lo que siempre después del Gran Amor
y del Milagro providente: haberse odiado.

2.

Hoy lo femenino muere con su divinidad extraña
y los varones mandan, esquilman el comando.
El matriarcado se convirtió en la Luna,
la locura, el caos, lo introspectivo.
El tiempo nació hoy.
Nació el tiempo
con número nupcial de desamparo.

El hueso frío es el agua de la Oceánide.
Niké llena de horas y sepulcros
es la victoria, conato de la muerte.
Cratos nació para matarla,
tarde o temprano será,
él no se esconde en piedades,
él es, por cotidiano, vil proceso,
un trámite, una letre de caché,
sello del rey, voz de instituciones.

3.

Los hijos de Estigia aparecieron.
Han llegado hasta aquí
comidos de niebla, hartos
de mar y quejidos, sedientos
de un sol que sea niño desnudo,
lozano, nutrido por la leche olvidada,
sonrisas de la boca de la Madre,
calor de sol gentil, humano.
Y la pefecta conformidad
de la obediencia iluminada,
la inocencia, que lo nutra
ad aeternum.

4.

Hoy es el día de la alternancia
para cuatro estaciones
del viaje de las almas.

Un día será la primavera
Y, por momento, vendrá
el verano seco, la sed,
ausencia de las aguas.

Un día será como el otoño
Y, más que con los ojos,
con qué sé yo del Ser,
se verá la tristeza.

Un día será el invierno
y sabemos que hay días
que claman por la calma,
porque hay días de lo-no-cualitativo.

Un día hay que parece un remolino,
Tifón, marejada, volcanes.
Días hay de piedras que achocan
tu cabeza, te engendran la molicie
cuando estás en el suelo.

5.

Cinco silencios que la bestia no goza,
sin embargo, los tiene el náufrago viviente,
y la Lamia monstruosa,
sensible empero, con su Materia Bruta,
cinco modos de decir, vida prestada,
existencia mía, vida breve,
respit de la Mort,
lamia de existencial obsesión y desconsuelo,
a cuyos hijos verá del todo heridos,
desangrados, en burla,
aún insepultos por el Meqaber.

Por lo que, entonces, les entrega
el llanto noche y día, tiembla
sin cesar todo momento, y se gasta
su mirada, y se pone cetrina
y duele el amor, el sexo, el Bíos.

Una vez sea cumplida
a fuerza pertinente de lo ónticamente
necesario, la unidad fundamental
de estos cinco sentidos, a la viuda
del Ser, a la huérfana, a la madre
que perdió los hijos, miradas
de reposo daré, ojos para la madrugada:
un día será del Gran Sepulturero
y la némesis, la venganza y el dolor,
pero otro día, se la hallará en la alquimia.

Lamia, la verás, María parturienta,
de Belén, Naditu, vestal acadia,
verán la promesa cumplida
y, como templarios que custodian
el Secreto, inventarán las palabras
y las alegorías, dirán contra la Muerte
y por la muerte: Soy el Acaecer,
los puntos en el centro de las cosas,
un dolor en punto para el parto,
un parto a punto de nacer,
el punto encima de las íes,
un punto en punto caramelo…
más insondable que la muerte
es la esencia
y todas sus totalidades,
el desafío, el bíos,
la apofánsis,
el ala,
el fundamento
del fundamento.

6.

Un día seré el equilibrio
de los astros errantes
y la gravedad
y Newton
y una estrella de seis puntas
y un carajo.

Otro día seré las preguntas
de los hombres interiores
y el hombre completo
que se asomara al humanismo
y, por hacerlo, pagó el precio
que dan los traidores
y los homicidas.

7.

Siendo que llegó la tarea
de mi Séptimo Día, mi única misión
será avisarte que yo canto y alabo y digo
las Nenias del Juicio Final:
se acabó la Muerte,
la espantosa miseria,
se acabó la colonia de huesos
tirados a los buitres, se acabó
la dependencia del Mantengo
por hambre de ser y de espíritu.

El estado asociado en batalla
de desgracia fue vencido.
El miedo que nos puso
de rodillas a mamar
de la Maceta del Tirano
fue castrado;
al hombre entre dos tríadas
se lo ha nombrado
Príncipe del Sábado.
7-9-2002

La laguna

En ningún cromosoma que tenga
su oscuro espejo en el mandala,
la vocación de voz para herir al olvido,
se alimenta una palabra señera, sólo en Mí,
la Energía, la Hoz de la Muerte,
la Guadaña de la Eterna Viajera.

Ella emite su Aliento cuando parece
que lo quita; ella rehace, con su amor,
la identidad sobreviviente.

Entonces el silencio del cadáver
se queda en su vacío, en la vibración inferior
del hoyo en luto y el féretro llorante.

Mas ninguno que observa entre los deudos
se transfiere al proceso, en este silencio
del que muere, no hay espuma onírica.

Ni polvo pisoteable, no aire mustio,
sólo la Luz del Túnel de aquel que ya
no puede escapar a Sí mismo,
a su Espíritu, a su ser verdadero,
aproximante, ya abierto.

2.

Laguna Estigia, río luctuoso,
realidad contínua del ego cesativo,
tránsfuga y sangrante, lágrima y risa
de Caronte, perla de oro de las Erinas
y las más putas putas del Ovario Bendito,
la nave tiene prisa. La barca
está abatida por las olas.

El agua empuja para no sentir
todo lo que se pudre en un pantano:
al planeta envilecido del primate.

Algo se tiene que morir, las almas desgarradas,
el yo cesativo que se pervive idiotamente
en la historia perpetrada de los mitos
sin hallar su justa interrelación, su calidad
de vida en el espaciotiempo vibratorio.

El alma envilecida, su cerebro que fue
alma irascible, piloto, el buen caballo,
ya no halla superficie de contacto,
porvenir inductivo, simetría de salvaciones,
las rutas del interior del Cielo.

Las alas rotas

Allí se encuentra el alma con su dura y fatigosa prueba...
marchan hacia las regiones escarpadas que conducen
a la cima de la bóveda del cielo... Cualquier alma que,
en el séquito de lo divino, haya vislumbrado algo de
lo verdaderio, estará indemne hasta el próximo giro
y, siempre que haga lo mismo, estará libre de daño:
Fedro, 246, 248


Por la belleza, la verdad y la bondad,
ha de sufrir el hombre, se cansará algún día
porque sufrir tiene un límite y Zeus pesa
los keres del sufriente, le pesa el alma
para retirar el Letum de las sombras
y llenar de luz, lo que condena,
el Moros, la discordia, la vejez,
la Némesis; por un poco de Gloria Eterna,
se encarna un ser que muere.
Querrá un destino aquí, crecer
sus alas con el bíos irascible.


El ser perdido

¿Por qué, si hay infinitas estrellas,
el cielo es negro?: Paradoja de Olbers

¡Hay un más allá de la idea y de las paradojas!
Y qué sé yo de Platón y de ocho cuartos
para decir a quien muere qué le espera
y qué es el más allá y cómo difiere
de lo que tuvo pensado. No yo.

Los muertos se van como les da la gana
y pocos se arrepienten de lo sido,
explicó Juanito Pana, y tan pronto se van
de esta espesura, no se entera él, uno tampoco,
qué será de ellos, si van a ser impíos
o encontrarse en el temido submundo
o el Paraíso predicado.

¿Irán a ver su desnudez, sus verdades ocultas,
sus escuetos servicios? ¿Irrumpirán en lágrimas?
¡Qué sé yo si lo eterno es una imagen móvil,
si hay que vagar como en la Tierra vagamos!

¿Qué?… si quietos, metidos en la caja,
el mundo es lo estático, sólo se mueve
el tiempo. Lo objetivo, lo terráqueo, es más apariencia
que solidez y realismo… Lo que los muertos
comunican es que a veces, cuando se van,
vagan desnudos, y ¿quién les quitó sus ropas?

El tiempo que todo pudre
y, ¿quién se ríe? La vergüenza es tan grande
y unos se tapan los ojos; lo acobarda el asco;
otros se tapan, el sexo, aún no saben
que de nada les sirve y que, en un mundo intemporal
como es la muerte, ya se ha perdido todo:
el prestigio, el sexo, la riqueza y el decoro mundano.

Los que se aceptan como son y así aceptan a otros,
a los médium les dicen: Nunca supimos que estuvimos desnudos.
Nunca supimos que vagamos y fuimos casi eternos e infinitos.
3-9-1993

¿A dónde vamos?

A veces las palabras se ocultan entre líneas…
(…) No sabes si estás despierto o dormido,
si eres tú quien escribe / o alguien te dicta:
Héctor Soto Vera, en: A Carlos López Dzur

Déjame ir más allá y verlos.
Oír si han soltado los mirlos.
O si el miedo que alegan
que tú inspiras tapiará los sepulcros
de sus cuerpos, guardará la viña.

Navégame un poco más allá
de la bruma tan espesa. Allá
donde hay mesones llévame.

Asómame a escondrijos
de radiaciones cósmicas, formas
aún por inquirir, mas no fantasmas.

¿Cómo estarán ahora esos hermanos?
¿Cómo Chato, mis padres, mis abuelos?
Amigos muertos, héroes que amo…
¿Serán como precarias masas
de la atmósfera, metagnomías 270 veces
más pesadas que los ojos del átomo?

No importa qué electrones.
Llévame a verlos.
Revélame sus almas, reencuéntrame
con sus miradas y sus cuerpos.

Muéstrame a los viajeros del desierto,
a los que llamaste cruzadores,
aunque fueron ladrones en el Kimtu,
o mercenarios rumbo a los caminos
de tus Lugares Santos en los Montes.


2.

Abre, entonces, tus ojos, Carlos,
tus ojos interiores, ojos en el Zohar,
iris de troubadour, boca
de «dolce stil nuovo», tus ojos
tranquilos, pero de chispa picante
(la guerra verdadera la tienes
en el alma, curioso olfateador
de mis memorias), Zorro viejo.

Te diré a dónde van y quiénes son
los que a la otra orilla va llevando Caronte.
Puede que los escuches, puede que sólo lloren.
Algunos han sabido que se han muerto;
otros no. Todavía creen que sueñan solamente
o que bebieron mucho, o que les juegan
sus bromas de mal gusto los extraños.

3.

Esta laguna es cualquier punto
del alma; como Estigia la designó
el mortal en su «para sí», forma
en que como tales viven.
Es pues el recuerdo tomado del azar
y del rincón de los mares,
aguas en que nacíste.

Será, después del viaje placentario,
que una No-Eternidad ha maldescrito
esa mirada desde el puerto de los días.

O tal vez EstigIa se argumenta como punto
de nostalgia, vínculo renovador del río uterino,
el más heroico, cuando inocencia
aún tenía el varón / la mujer,
matriz «en sí» del ser,
porque el «en sí» es eterno,
eterno y femenino.

Una vez asomados a la charca
de la existencia bruta, amarga,
la Muerte existe.

Díme si conoces con amor
afluentes de tu barrio y de su orografía.
Díme antes si hay quebradas
en la tierra aún no saladas
por la violencia del hombre.

De otros mundos y vidas
a los que díste pisadas y olvido,
he de pedirte cuentas, Carlos.

¡Te están haciendo Tu Carpeta,
obreros de las delaciones
y ángeles son que visten
como mirlos e imitan la voz
de los lenguajes,
desde su pico amarillento!

La Estigia puede ser El Nilo,
el Sena, el Ter de Catalunya.
Culebrinas, Guajataca,
o un pozo en Mirabales.
O un Salto del Guacio.

Infinitas son las hijas de Cefiso,
dios de las aguas oscuras
de las que beben los muertos.

4.

Voy a navegarte, por terco
que te pones, por rumbos que olvidaste.
Vayamos por ejemplo
al Guacio que se creció en agosto
y se tragó a los realistas
en días de la invasión americana.

A otros, en desbandada, ávidos
de verse cautivos por los yankees,
bautizo entre los cobardes
dio el río Guacio y la muerte.

Mira a quien tengo allí,
sentado, con la fingida ofrenda
de una pierna enyesada:
Julio Soto Villanueva.

A su lado, observa tú con detenimiento,
ya descorrí las cortinas de brumas,
tengo a Francisco Arocena.

5.

A Jean Paul Sartre

Hay una muerte que se vence lentamente;
una muerte que no tiene mentiras.
Ella pone más presencia del ser en el mundo
y a los hombres cobija.

Los observa desnudos ante su mirada.
Los viste. Los nutre. Propicia las Dharmas.
Los vomita desde Aquel que los devora.
Con la ofrenda es posible.
Litando la alabanza, sacrificándose
en la Tierra de los Vivos, sin esperar
baúles y tesoros de bienaventuranzas,
las gracias de cada quien y privilegios.

Lo único que nos revela inagotables,
dignos del infinito, indevorables por Cronos,
es este sacrificio, la muerte linda del dar
con darse desinteresado y profundo,
dar aunque sepamos la existencia
signada por absurdos: haber nacido
y tener que morir en medio de este abismo:
«la nihilización siempre posible de mis posibles».

6.

No se trata de las renunciaciones.
No del cadáver del Deseo.
No de una moneda colocada
en la costilla o la boca del difunto.

¡Esto se paga en vida,
venga o no venga la Muerte!
Esta es la virtud anticipada
y la gracia trascendente,
la bendición a tiempo:
¡Eros, eros, eros!

7.

No me los llevo al infinito, Carlos.
No estés triste por ellos.
Volverán a lo mismo, en breve:
Mingo La Perra a trepar el palo,
Sabino, a la albañilería,
Cornelia a santiguarnos.
A rezar, La Puerca y Pascasio.

Un palo encebao es la vida
de ellos, sus habitáculos en el yo,
en la autohisterizaciones,
en las norias del buey
y lo alienado.

Estas gentes no tienen plenitudes.
No son del Uno, ni sospechan
a Spinoza, ni los otros lados
de la onticidad y sus universos.
Están verdes y crudos,
sin comprensión primaria
de los cinco sólidos perfectos,
apenas balbuceantes
en sus metafísicas.

Van a sanarse después
de mucho herirse y regresar
a herir, después de mucho sanarse.

8.

¿Cómo podré desnudar mi alma
de esos archivos ancestrales?
Sé que he vivido miles de siglos
acumulando mi historia (…)
cambiando cascarones, ropaje:
Héctor Soto Vera, poeta y espírita pepiniano

Cuando vuelvas de este viaje
desde el centro vector de tu futuro,
cuando regreses, punto en Uno,
del lado que elegíste, dí
a todos los que puedas,
a tu familia, vecinos, conocidos
de toda laya y todos los colores,
díles que víste la Dama, Soror Mistique,
y que Ella es la Madre que los ama,
la siempre fiel y femenina,
la siempre llena de gracia.

Que al varón, cualquiera sea,
ella quita la angustia todavía.
Sea rica o sea pobre,
Ella se posa en el otero, tiene altares
en lo recóndito del ser,
en campo abierto y late
y te mira con ternura,
te limpia los latidos con el habla
suave, dulce, misericordiosa.

Tú recuérdales La Flecha
en Sagitario, su lugar del firmamento
que apunta al Norte; en la ruta
del Camino de Santiago
y díle: «La ví y la amaré ad aeternum».

En la noche de San Juan, da el mensaje.
Ella es quien recibe a los que llegan
a la Boca del Cero, que es la Nada,
antes de pisar las moradas
de sólidos perfectos.

Díles que la víste en un templo de la bruma
y que cada esquina del mundo tiene
a una de ellas, Cefiso lícuo, río
de los muertos, es sólo un nombre
del agua lavadora, ella hecha agua,
ella, jabón de higiene purificadora:
misión interior, edificante: la catharsis.

Vuelve a la tierra con este recado:
«Ví La Dama, la hermana / madre /
bendiciente del hombre, la Gran Consoladora,
el verdadero bíos, el vínculo de amor
en el centro vector del Extremo Futuro».

9.

Dílo porque gigantes del escarnio
dijeron en Corinto que Ella es venganza,
eco que retumba con su risa macabra
los cuatro costados del mundo.

Que es lujuria violenta, sexo criminal,
putanga que paga su holocausto
con vidas de inocentes.

Ellas / Keres, en derredor de las piras hedientes,
danzan con sus amantes y son hermanas
del maldito Destino, condenadoras,
érides de discordia y burlas del Erebo.

Nada de éso, Carlos, hasta los blasfemos
se dan derecho a la mitología.

10.

A María H. Escoda

Te presento, visitante, a la ker verdadera,
la Cesta hermosa de tu alma,
donde la Dama puso su presencia,
su realidad, su teorema.

Ella es la palabra de pase.
Tu boleto de entrada. Invócala.
Con Ella descorrí la cortina de la Niebla.

Al decir su nombre se autoriza que irrumpas
en el paisaje de otras vidas y te leas
en la barca y despiertes
para el viaje consciente de la Muerte.

Dí conmigo, al confesar su nombre,
María, llena eres de gracia:
Y gracias por la Cesta que enriquecíó
mi existencia con virtudes.

Mírala, Carlos, y tiembla y llora
(estás a punto de hacerlo)
porque hermosura más grande no existe,
nunca la verás como hoy, radiante,
resplandeciente, espléndida.

Es la dama que brilla y observa
el Lago, la Laguna, el río de los adioses,
los estanques de olvido, el dolor
y la memoria.

La más joven es Ella,
La Dama del Occidente judaico-cristiano
que te corresponde, la has visto y olvidado
como todos los hombres, externos y apáticos,
mas ella no. Te dio la cesta
y el don de bendecirla, invocarla,
llevarla a tu espacios en el mundo,
para que aprendas a sacar del fondo
de la psiquis, lo que eres y ella es,
lo que anhelas y ella anheló y obtuvo:
el poder creativo,
el encanto,
la belleza,
la naturaleza pródiga,
la justicia militante,
el júbilo y la intuición del intelecto.

11.

Llora, Carlos, porque la muerte
es mi nostalgia y el destino-en-común
y el ser-con-otro, y no hallarnos
a veces, tantas veces, de contínuo,
cuerpos-vindicados-puros,
cuerpos de Cárites en el Dasein humano.

… pero yo estoy contigo, te dí el peso
de ker, el alma, y una cesta
con algunos de mis frutos, tu alimento
cuando creas que te falto.

Yo sé que me has amado
(tú, como pocos) y me has necesitado
y, aunque no lo sepas, he estado contigo.

He permitido que me veas
como una madre, como una amiga:
así me encarno, sin que me digas
Soror Mistique, Cárite, misterio, musa,
Angelita, Gracia, Eterno Femenino.

Tú me necesitas, lo sé.
Te agrada mi alimento.
¡Pues te bendigo!

Has comido mi nombre
y de mi dones y en las mujeres
te he querido y deseado,
me ha gustado lo que cantas
de mis sexualidades.

… me ha gustado
lo que preanuncias y defiendes
de mis festividades…

12.

Cuando vuelvas a tu allá,
donde quieras lo decidas y ante gentes
que yo pondré a tu lado, dí con tus palabras
y otras que echaré en la cesta más hermosa,
en almendras de tu emoción divina,
en alta amígdala de tus nervios humanos,
en memorias que doy desde las aguas,
que la Madre existe, coauxilia,
que la madre quiere un templo
y un templario, jinete que monte
consigo compañera,
navegante que pilotée
una barca
y reme en los riachuelos
del encanto.

13.

Seguramente, tú querrás
el regreso a ese pueblo
donde yo tuve un Templo
y te conocí con otro nombre
y otra piel y otros huesos.

... un templo para mí es la Vida
y la alegría más pura
porque no existe legislación represiva
ni venganza; un templo es fe,
deseo, pasión, esencia,
la voluntad natural de pobladores.
Yo tuve una comunidad
que sí... me amaba
y tú estabas allí,
adivinabas mi alegría.

14.

En ésto creo, Carlos,
y lo escribiré como una carta
para un enamorado. Pónlo
en la cesta invisible que te doy
con aroma y mandato de mi alma.
Esto dijo Atabey en su descanso eterno;
ésto lo dijo Irene, matrona que recibió
al herido y desnudo Sebastián,
asaetado en poste del Estadio Palatino:
No morirá del todo la fe,
la santidad del hombre
y su conexo histórico.

15.

La muerte es santa, Carlos,
pero hay una muerte que hipnotiza,
mentirosa propuesta de los destructores
y no es mía y no me representa.

Ebriedad es. Sopor de un limbo innecesario.
Acaricia con uñas largas aún a los vivos.
Con dientes blancos y ojos severos,
miente, sonriendo, bebe la sangre oscura.

Cuando veas a los que te aman
o pudieran llorarte, dí que la muerte
a la que irás un día no es tipo de condena.
Es muerte verdadera, cesación,
meramente. Ella no me suplanta:
te recibe La Dama, la Cárite más bella,
el esplendor, el ángel.

Tú no mueres en verdad, Carlitos.
Vienes a verme por un rato
y me pides que te restaure el ser
y ponga júbilo y dones en tu alma:
el eco de mi voz en el corazón tuyo.

Giman

Si la gente fuese capaz de darse cuenta de que todos
elegimos nuestra propia raza, que hemos sido ya de todas
las razas no existirían los prejuicios. Las personas con
prejuicios deben volver a vivir las mismas circunstancias
de aquellos individuos a los que ellas condenan: Betty Bethards

Giman y escuchen el dolor.
Aprendan a temblar porque un poquito de miedo
es necesario y rico como el sedimento
para la carne llagada.

El dolor es un bálsamo secreto,
río profundo, caudal que fluye
anónimamente, día día.

Su memoria, con engaño, se olvida,
pero está siempre con otros
preguntando si le sabes el nombre,
su entraña, sus heridas abiertas,
sus paisajes siniestros.

La tristeza neural, como la sed del cruel,
Bebe del cinismo consuetudinario
y se seca a las orillas de los vados
como hierba por todos escupida.

Aunque breves y secables
sean las lágrimas, el gemido se asoma
tantas veces y otras tantas se esconde.

El dolor chapotea en aguas frías
y congela los huesos
para que el corazón no reviente.

¡Por eso! ¡giman mientras puedan,
escuchen el dolor en la mañana
para que enlutezca el olvido!
y asesine el motivo que burló en carne viva
la porción húmeda de sangre que les toca!
2-7-1989

De la transitoriedad

A George Simmel, primer sociólogo de la modernidad,
sicólogo de la acrobacia y la pirotecnia, hombre sin base firme,
retórico neobarroco de la transitoriedad…

Estos son los discursos sobre la muerte amarga,
la agonía ad hoc, defunción giratoria,
el sepelio insoportable, el petardo,
la disolución infernal, la Nada victoriosa
y el nihilismo. Aún sabiendo la directa relación
entre la vida y la forma, ellos no van al fondo,
no se juntan contigo, no suben a la Nao de la bruma,
menos se ponen en tus botas.

No lloran con la ralea sufriente
que pide tu café, el asma de tu madre, la tragedia,
el disparo, el cuchillo rayado y afilado
con la brea de una orilla de tu calle.

Ellos buscan el espíritu del tiempo
como se busca un chiste en el vacío,
un pedo difuntal entre utensilios,
una definición impresionista de la Nada.

Por la expresión básica de instintos
no van a la fe, sólo la mientan.
Huyen a los saltos, leaps of faith
kierkegardiano, intrahistoria agónica,
senequista, goyesca, unamuniana.

A la esperanza no darían su hóla
olfateando la pasión. Vivos ya están
en los panteones, muertos en nequencia,
deambulan como zómbies…

No saben el discurso, la queja existencial,
abierta y dolorosa, el don, la hondura
del ebrio despreciado, Moncho Lira,
el don histriónico, oratorio, de María Culito,
la pobreza dura, el esfuerzo, el heroísmo
de Millita, el hambre en la misericordia,
la reunión de los pobres por un caldo
y zapatos, o trapitos nuevos y fiambrera
que les brinden los Torres y Boultrón,
Cheo El Indio, o para el pobre
la cajita de muerto de Don Aguedo.

Para tus días, nada saben sobre la muerte.
Inventan estructuras y cohesiones sociales,
el dominio, el puño atroz, la Mano Invisible
del estragulamiento, para que no se construya
un yo maravilloso, ser-con-otros
projimal, destino comunitario, benévolo.

El gusano negro

Quiero sentirme tan jovial,
como siempre, reconfortado con besos
que lo son por amor
y por festejo espontáneo de vida
y por anhelo profundo de abrazo.

Mis brazos han querido
su casa, inventar espacio,
encerrar en sí, cariño por cimiento.

¡Pero un gusano negro escarda
en mis rincones; un ave
tal vez cenicientamente roja,
hoz clavada que su nido
se inventa con mis sámagos!

2.

A veces y tal vez a trasquilones
voy cantando sin que nada me importe
y me azora una piedra,
curso de raíces, sol maravillado,
luz derramada donde nadie contempla.

Mis manos han querido apresarla
sin hilvanar una sombra
y digo… «es para mi casa, tibia,
deliciosa, blanda, y será mi descanso»
al fin... que ¡no para tí,
zopilote. Por tí nunca he cantado.
Ni a tus sombras llamo,
nunca, ni por arrugas lleno!

Hay una vieja alegría en el mundo,
o sí, en la geografía, en la memoria
de mis manos y brazos y piernas,
en la piedad inocua
de alguien triste y cansado,
con dos ojos soñadores
como los que he tenido...
ay, y ahora soy...
tan pobre como para pedir silencio,
tan rico como para vagar en años.

3.

Necesito el sol sobre mi boina
(tengo dos ojos y todo lo bello
se acredito al vivir con ellos
¡cómo me han obsequiado!)

Todavía tengo un árbol al que digo:
«Me asombro»... y una dulzura de mujer
que se conspira en antojos
y una canción que vive de mis labios.

Tuve cuanto quise y pude merecer
¡menos esta mitad de la muerte!
que vuelca el horizonte, de repente.

Me ensombrece.
La tempestad amanece
con sospecha de asalto y alfileres
tan intrusivamente que estoy aquí
ante una tumba abierta, con mi nombre
y mis rodillas, tiesas y selladas.

La ronda del pájaro negro
saluda en mi piel, sólo arrugas
y polvo y lentos pasos y olvidos.

Soledad

Me dejaste solo.
Recogíste todas las palomas
y las mariposas y los soles diminutos
y las semillas que había en los cielos.

Me dejaste con una espera
que ya no tiene asombro
sino la sensación de una tierra hendida,
abismada con su propio crujido de volcán.

¡Ya no puede ser peor, ya no resisto!
¿Cómo es la ausencia? … que no hay posibilidad
de sonreir desde los huesos. ¿Cómo es no verte?
¡Que la tierra me traga y no me espanto?

Tu voz se fue de mis labios
¿y para qué decir palabras que el viento
dispersa o en la pared rebotan?

Me dejaste solo y yo exendí mis brazos
Hasta nunca verlos pues no pude estrecharte.
Ya no existió el sentido de tu cuerpo y el mío.

En el espejo, como en un recuerdo borroso,
pareces un fantasma; en sueño, borrosamente,
reapareces y te pienso un delirio, incoherente,
y suspiro queriendo más de tus voces.

Pero ya no te veo. Ya ni tú ni yo existimos.
¿Dónde está tú? Que juegas con la muerte.
Yo estoy acá, en complicidad de yerma.

Esta geografía es una boca callada.
Y mi alma es un dolor inverso.
En este vacío entre frutas de lo cotidiano,
no quiero olvidarte. Te invoco.
1-12-1980

Polícrates

Precursor de la piratería

Si cadere necesse est, occurrendum discrimini.

No es él quien estila la pechera con volantes
o los sombreros emplumados, no lo ciñe
ninguna bandolera al chaquetón de alamares.
No hay un parche negro que le cubra el ojo.
No cojea ni una pata de palo lo sostiene.
Tampoco un garfio es su brazo.

¡Pero es pirata! Amo del Mar Egeo,
dueño de un centenar de navíos,
amo de Samos, cuando Egipto
quiere los dominios de Asia Menor
y del Mediterráneo.

Es pirata y no le teme a espartanos
ni a Persia ni al sátrapa de Sardis.
El no le teme ni a su propia Muerte.

Un refregón de viento trajo su aspecto sayón
y de verdugo a mitad de las miradas.
Van a temerlo las oligarquías y poderes corruptos.
Llegaron de Magnesia tres marinos.
Tres hermanos. Uno es él. Polícrates.
Dibujaron en las olas su aventura.

«Tiembla, diosa Hera, todo lo que está
detrás de las murallas cambiará de dueño».
Botín ajeno es ya. Llegó Polícrates.
Se presentó a tu ciudad el autócrata
de turno, sin acólitos de ocultas contorsiones.

Es el más fiero de sus tres hermanos
Su voz ya punge a todos: Soy el más absoluto
de los absolutos. Sal quiere el huevo.
Yo mandaré sobre persas y egipcios.
Lo quiero todo. El mundo es mío.
La Mare Nostrum.

Y es el pulmón de su escuadra,
ningún capitán ofrece tanto. Es la verdad
de los talosocráticos en horizonte
de mar bravío; varón cocido en despojo.
Guerrero más guerrero que los espartanos.

El riesgo lo madruga cada día y una noche piruja
lo adormece cuando odas de amor
y placeres musita Anacreonte.
El no es bestial. A los súbditos dice:
Te pondré sal en la mollera.
Pueblo, edúcate. Sé juicioso.

El primero de los piratas protegió las artes.
Bendijo a los filósofos, organizó creativamente
cuanto pudo; pero el sátrapa de Sardis tuvo
una sorpresa. Encomienda del Emperador
Darío. «¿Quién dice Mare Nostrum?»
«El, él, él, Polícrates», lo acusaron.

Entonces, lo llevaron al Palacio de Darío
como al niño que se le obsequiará
gratamente. Cayó en la trampa sin saberlo.

Fue arrestado, golpeado, lo dejaron chimuelo
y leyeron la sentencia porque hablaron
desde las talanqueras a quien no tuvo miedo:
«Mañana serás crucificado».
7-12-1989

Elegía a Victor Emilio «Chato»

In memorian: a mi hermano

Fui primero por él, la oveja negra
de tu casa, zángano infantil
lleno de lodo... ¡él era mío!
él que se dio postín con la noche y la gavela
y a todo dijo adiós y supo irse
con alegrías de zorro por los montes,
con la boca rabiosa y satisfecha.

Un día, cuando tú estabas ausente,
casi olvidándolo, yo mandé por él
al herodes de la Muerte
y lo hice beber sangre de sus hígados.
A Chato lo premié con el honor
de estar conmigo y saqué las tulangas
de su boca soñadora de dulzura
y lo mandé al hospital, a costa de su ira,
sus maldiciones y odio...

A él sí me lo llevé.
De tí no quiero nada todavía.

II.

Tú conocíste ya las zonas del carácter.
Eres menos frágil, gozas
con emociones subterráneas
y tus ojos están abiertos noche y día
y te atarea el destino
y juegas a las consignas.
Huyes de mí, me eludes, aborreces
mi sombra, me apaleas, me versas
morringuero y cotudo.

Es difícil matarte y darte palos;
te lanzas entre farolas por una muerte digna.
Crees que mereces el mundo que no tienes,
uno justo, solidario, placentero,
donde haya dignidad bajo los soles,
donde haya amor con oleajes de luna.

Tú sí eres un listo, Carlos, aún en quebranto
y por eso te abjuro, no te quiero.
A otro elegiré que pueda herirlo;
a otro que te hiera cuando muere.

III.

Yo voy hasta las sombras
donde crecen las audacias del ánimo.
A los más pintados, tatuados de jenipa,
descabezo, los tuerzo.

Yo quito la ilusión de sus imágenes,
sus qualias alterados, sus victorias,
visiones alucinatorias de escondite.
Si ellos, con los dedos me mienten
por seudafia, yo les pudro los dedos.

Al montonero, con metralleta en mano,
con el tiro de un cobarde, lo descuento.
Cosido a balas lo dejo por gracia
del más torpe cagarriche con gatillo.

Yo voy más allá de tintes de copey y jagua.
Ninguno se me esconde, ninguno sobrevive;
yo les pudro las caras, yo les quemo
con pústulas el rostro y hago del ácido
la sed de la epidermis;
con cirugías estéticas no me elude nadie.
Yo hago polvos las máscaras, Palilo.

Todo el que huye es mío.
Todo el que canta, jactado por fáciles alegrías,
dirá elegíacamente: ¡Muerte, me cagaste!
Me gustan los inocentones y los temerarios.
El que no quiere morir, me enoja y tienta
y yo voy y lo mato, lo persigo.
Le doy mi dulce trago amargo.

Soy el dolor de muelas de muchos valentones,
guapos de esquina, curros de barrio.
En las cárceles me doy festín, suplo
navajas y fileros largos.
Al guerrillero lo mato en la manigua.
Al policía granuja, como al patriota artero,
los sumo a los heroicos pendejetes
a los que mato, yo soy más narco que el narco,
yo soy el hampa insorbornable de la Muerte.

IV.

Fui primero por él, la oveja negra
de tu casa, zángano infantil
lleno de lodo... ¡él era mío!
Tú lo querías porque fue como el niño
que no crece, crédulo, soñador,
caprichoso; a cada niñaja de su rumbo
quiso engañar con besos, acostarlas,
olvidarlas, tirarlas de su lado
(yo estuve con él, viendo su lado oscuro;
yo comencé a ser Herodes al matar su inocencia;
yo te pegué con el martillo en la frente,
¿recuerdas? te noquié, te levanté
aquel chichón que fue como tu marca ciclópea
de espíritu, un ojo de ajna chakra,
señal de tu monte mágico en la muerte.

Usé su mano de niño,
su temerosa mano; por golpearte lo premié,
lo hice majo, azotador, travieso,
más fuerte que tus versos,
más fino que tus oídos, ya por sí agudos,
pues han soñado lo sagrado en la pobreza,
en la santa y fuácata casa del maestro.

Tú lo querías y se fue, lo quité
de tu lado para que no se llenara
de palabras ni de libros, como tú...

¡No sabes, Carlos, como odio tu silencio
desde entonces; no sabes cómo odio
tus palabras, Carlos, tus lamentos!


V.

Siempre rondé la casa de la asmática
(la mitad de la muerte es dolor y agonía).
A Yuyita, tú la querías como a tu propia alma.
Así querías a Chato, el más travieso,
la oveja negra de tu casa.

Una vez le quemaste el pelo, ¿recuerdas?
Tiraste kerosene en una esquina
del fogón cuando él se arrimó, desprevenido,
al fuego; tras las tres piedras calientes, víste
las llamas subiendo a su cabeza
y te asustaste; víste su muerte.

Yo soy la muerte traviesa
y contigo también juego y me plazco.
Yo fui en el gas, tu mano, quise probarte;
entonces supe que hasta la vida darías
por él, tú lo querías.

Por eso lo abrazaste y corríste a él,
lo llenaste de besos y apagaste
cada greña encenizada, casi llorando;
¡Te asustaste, pendejo! ¡Pobre Carlos!

¡Así son mis simulacros, niños importunos
como flamas; a riesgo de coquipelarse
con un puño de fuego; no así los infiernos
que tengo prometidos!

VI.

Una vez se tostaba el café,
o más bien, los garbanzos que como té
beberían aquellas sangüijuelas adventistas
que el Sábado alabaron, ¿recuerdas?
se alababan a sí mismos, sí, mentira
y, además, bebían de tu café y de tu trabajo
(¿qué palabras dieron a tí, mi pobre Carlos?
sino clamores por tu arrepentimiento,
el Juicio Final viene
y a Dios te encaras, con corazón rebelde,
emplazando el fin del asma
de tu madre; al pastor dijíste, mentiroso).
Se fueron siempre bien servidos,
orondos, anchos, de tu casa.
Llamaron el reposo su joder, prohibir,
gesticular, adoctrinar y hacer predicaciones...

Desde siempre los odiaste; eras un listo,
caramba, detrás y por delante de tu tez de rosa
y tus pequeñas manos, debajo de esos ojos
que lloraban, pese a tanto miedo
y fastidio e himnos fatuos.


VII.

¡Cómo me gusta la guifa de matadero,
la tristeza de ese trecho final,
después de la agonía!
El enfermo que ya no combate
y perdió las ilusiones
y se entrega a mí, ya suplicante.
¿Serás tú otro bohemio acobardado?
El, marido golpeador, inspirador
de ajenos lloros y terrores, al dolor temía
y lloraba él, en lecho de amarguras difuntales.
Como bebito desvalido y desvelado, al fin
gritó sus postraciones, me dio sus alaridos.

¿Cómo harás cuando seas tú
el que deba morirse y estés tendido?
¿Serás dulce otra vez, te estarás quieto
y estoico, o azotarás con tus manos
el cráneo que arde con el infierno vivo?

No lo sé aún. Te gusta el fuego.
Antes de reclamarte, yo pondré
mucha ceniza, Carlos,
en tus cabellos y tus bigotes.

Entonces, recordaré
las zonas de tu infancia,
semillas de tu carácter.

Tú atizaste la leña
bajo una enorme paila,
tú, niñajo, hacendoso en quehaceres,
por amor a tu madre...

¡Para tí, como juego sería
y hacerlo, en largas horas, solitarias,
menear los granos
y echar tus ojos a fantasmas espirales,
ángeles del humo, visitantes de fuego,
y largarte con ellos, quedo, callado.

Con dedos intrusos dentro de la olla,
seleccionabas tus garbancillos tostados
(para tí, sabrosos, semicrudos).
¡Qué pueril tu delicia al comerlos y mascarlos
y ver las llamas y cantar al humo
y sentir los olores y danzar con el viento
y, finalmente, echar la azúcar,
oh, azuquita mami, hasta que hierva
y sea negra la jalea como una oveja,
granos del descarrío, dolor
desmenuzado a caspucias, a despellejo.

Sobre un papel de estrasa, ¿recuerdas?
tendías tú el granerío, tu menjumje;
se tendrían que secar las semillas oscuras
del café o el garbanzo.


VIII.

Danzaba él, mamito en las discotecas,
hábil en el meneo, guisaba la figura del donaire.
Usó el pelo como Sandro, aquel puma argentino,
y cantaba sus canciones, imitándolo.

Debbie, la gringa, fue su chica más hermosa
y ella lo amaba como a nadie, se casaron
pese a él ser ingrato, ofensivo, violento.

Se aferró al circo de amigos y parranda
y al pretexto, con las copas me calmo,
con la coca y otras viejas me alimento.
En farra lo fue perdiendo todo,
su bella casa en el Viejo San Juan,
su apartamento, su mujer,
sus amigos...
y hasta perdió el trabajo
y fue a la inopia, enfermo, avergonzado...

Por compasión, esencia del amor mío,
lo reventé con cólicos biliares
y le sequé la boca y le dije: No bebas,
te lo ordeno; ni sufras ni repliques.
Yo soy el Lobo y depredo.
A su linda cabellera,
del negro más intenso, la desgreñé
con prematuras canas;
sus cachetes chupé
como ebrio que escurre la botella.

En fin, yo soy la ira hepatálgica.
No respeto ni rostro ni quijada.
Tumbo y tiro como a moco al que me place.
No serías tú, Carlos.
De tí no quiero nada todavía.

IX.

Cuando danzas, tú...
el que todo lo sufre y lo perdona,
cuando cantas, muchas veces callaste,
Tus tonás no son de mi fandango.
Bebes y jodes a ratos,
pero tus vinos no son de mi cova.
No se te puede hopear ni echar diabladas
ni de habladas ni gritos; no soy
lo que has llamado Tu Zorra, tu poema.

Me has odiado, quizás, antes que yo.
Me has detenido para quizás amarme;
me has olvidado quizás para quererme.

Contrario él, en horas muertas,
vas hucheándome con tus perros blancos.
Entonces fui por él, la oveja negra
de tu casa, zángano infantil
lleno de lodo... ¡él era mío!
1984

Elegía a mi madre

A mamá Yuya (1925-1987)

... fue una mujer maravillosa.
Luz en la nebulosa de otras vidas
que llegaron a ella en llanto doloroso:
Víctor López Nieves

Mi madre fue mujer del hic et nunc,
hogareña, abeja de su panal no siempre dulce,
vertical, transparente, fiel, a veces triste
como la morriña, a veces cantarina
o nerviosa como el moriviví de los campos.

Ella protegió y crió a las erictonias,
a los hijos de nadie, a los faltos de abrigo.
Su mano, entonces, fue más pródiga y feliz,
magia provedora y cariño,
trigo de los cielos, pan de nobles.

Documentó estrellas,
caspucias minerales del llanto,
pero hartó a muchas lunas marchitas
en el cieno y el vaho.

Por eso, apasionada y justa,
jamás vivió satisfecha de sí misma
ni fue cómplice de refistoleros de capital
mal repartido, ladillas chupasangres.

Cultivó su propio jardín.
Encendió sus soles.
Maternal, pacífica y guerrera,
no fue llorona de llevanzas, sino fiera,
maldiciente y dulce, por los suyos.

¡Hábil en el huso, el telar y las agujas,
la cocina y las transformaciones!
Quiso lagos, manantiales, lluvias,
todo lo que es Dios sin reservas,
spinozianamente dicho,
epicúreamente calculado.

Amé su coraje purificador, su voz
contra el desamparo y las negaciones del frío,
compasiva de los agrios mataperros del doliente.
¡Sólo así fue consuelo mío y ajeno!
más que discurso y ejercicios de amor puro.

Creció entre los avatares de su propia cruz.
¡Y por eso la quise! Y de los montes de hoy
hizo ciudades con olor a mañana.

Nació del cráneo roto del poder,
del cascarón del hampa, hija de palas de glucosa
y dendritas vehementes de tritonio,
ultrajada de prudencia hasta las médulas,
con semillas de Zeus en Mirabales
y él se derramó, adormilado, con sus sesos al aire,
para que no la matara la logomanía más vil
ni la tocara el mamarracho cotidiano
en las calles del olvido y Don Nadie.
Y por eso la he querido.

Laurita quiso llamarla Palas, Atena, Tritogenia
cuando la vió salir por las heridas como se dijo
en las leyendas de Pelasgo; pero fue en una isla del Caribe
que nació, después de todo, envuelta en Cidral
para el casto monte que fue su frazada, Mirabales.

Allí inventó la brida y la carroza,
manejó un Renault que fue su blanco palomino,
y a sus flores cortaba con tijeras del solsticio
para que el invierno llegara con promesas,
con descanso, con flores del Hebrón
vueltas hibisco o sorgo de los montes de Israel
e hizo con la flauta música de amor
por los que oyen.

Silbó por la espesura del temor y la muerte
y por senderos, donde araban al barbecho
y mugieron bueyes sin aliento,
sin consuelo en el dolor, caminó.

Dicen que cayó de las nubes como ángel
y que amaba a los huertos.
Debe ser verdad.
Cultivó muchas flores
y se enternecía con el rocío.

A nadie dijo: Deténte. No camines.
Ni moverse es bueno;
¡ya que fue jiribilla sin descanso!

Frágil y bella como una mariposa,
aunque supo su destino de gorgojo y polvo
en la tierra que la sepultara, ¡la quiero!

2.

Nunca falta un roto para un descosido;
así que se casó en feudo de sombra
donde la doxología da su migaja de récano
y los moros van y los moros vienen
y las moscas lamen y aprietan el cuello
con su vaticinio de tormento que aparentan
dar consuelo, aunque sean cuchilladas.

Sin embargo, ella formó sus utopías,
sus fántasticos nexos
con el fuego del porvenir.
Bendijo su propia desaparición
cuando pensó que hay un mas allá de vida,
gozo por entregarse a la Nada
que lo contiene todo
sin decirlo, sin jactarlo
y sin que nadie lo espere.

Ella estuvo desnuda en cada asombro
y el que más fiel, en su vigilia,
fue buscarla
como al barro de sus propios sueños
la vio bañarse a solas y secarse al sol.

3.

Fue Tiresías, afortunado,
mi padre, el pobre ciego.
¿Quién habitaría en su mañana,
en sus espacios de cosecha y alabanza,
si con ojos de maruga la llamara?
¡Nadie!

El que, como asno que mastica el malojillo,
se tragó las piedras y deshabitó los huesos
por impuras ecos de pureza y forma ingrata,
no pudo conocerla ni acariciar
la fibra castaña de su pelo
ni verse en su mirada como miel del cielo
ni contarse humano para su paraíso.

Desafiando el asma de su cuerpo,
ella hizo su horóscopo de gracia
y ninguno mayor que su afán de inspirar
una sonrisa, una esquina generosa en el infierno.

En la manigua urbana, tuvo
belleza de cartel, pero, sobre todo, doncellez
tibia para su marido, lealtad real,
renuncia, sacrificio... Para navegantes con destino,
velero y faro. ¡Siendo gacela de los montes,
fue ninfa y canto de arroyuelos y, en las citadelas
del tedio urbano... obrera con ser iluminado!

4.

Para amarla, con gratitud veraz,
me bastó meramente escudriñar sus manos,
a veces ya rugosas, o sucias,
mas siempre tiernas en medio de la lluvia
que nutre y los jardines que declaran lo bello
y los desvelos que organizan el rascate y el consuelo,
como si fueran empeños de raíz en vez de dedos.

Para alcanzar a comprenderla,
el que miró olambrillos y se hizo el majá muerto
llegó a su casa, Biblia en mano, a predicar
al Temible y sus demonios de hollín
y mentar a la Luna de Valencia
y al mundo malversante del goyyim
y las paganas vanidades del incrédulo
y las colectas y el sábado de gloria
y las piadosas chanzas;
pero el que estuvo a matar con sus bolsillos
se llevó el contra-evangelio de otro modo:
¡como pan y como abrazo,
como diaria piedad, sin sermoneos,
como ropa, como vianda y hermandad
desde los huesos,
serena amistad sin aspavientos!
¡Y por eso la quise
y la he querido y la quiero!

5.

Ha muerto el asma laboriosa.
¡Ya lo dió todo tu hija, doña Laura!
Ha muerto el corazón blando
y la sangre rebelde y luchadora.
¡Ya lágrimas se cantan y se cuentan
entre muchos que la amaron!

Ha muerto con sus labios finos
y su nariz judaica.
Se despidió de las parcelas de la vida
y de su hogar en calma
y del barrio urbano del humilde.

¡Su voz tiene escondite en mis recuerdos!
Se ha ido delgada, menuda, frágil,
húmeda como el beso del rocío,
friolenta como rosa blanca que amanece.

Ha muerto, Julia sagrada,
Atena de los bondadosos y los tristes,
almohada y refugio de los que convalecen.
Murió la flor de hibisco, el recao,
la berenjena, el ajizal, la yerbabuena.

Ha muerto la rosa blanca, la martiana,
la voz serrana de Spinoza en el Séptimo Día,
el café de las tardes, la tertulia...
La que cosió camisas en la escasez,
la enfermera de permanente turno,
la esposa del maestro,
el timón del poeta.

6.

¡Ya sólo dice adiós a los Ortizes!
Ha muerto y Raquel está triste y Rebeca
y todos llegan y se juntan y el esposo
está en el luto, desde el alma más mustia
de los desconsuelos y la tiniebla más negra
de sus ojos claros, llorosamente grises...
Su mano que cortó mis cabellos ha muerto.
Su rico guisar, su vigor de hormiga mágica,
su diligente trasiego, su desvelo, descansan.

Volvió al cieno:
ahora es agua y aliento,
mineral del camposanto y memoria.
¡Ya exprimió su aroma y su dulzura
para dejarse enteramente grata
como efluvio!

Ha muerto con el nombre de sus hijos
en la boca, con última ternura del marido,
con sencillez de helecho,
con sensible dignidad de bondadosa.
¡Y por eso la quise
y la he querido y la quiero!

Kaddish / In Memoriam

(Para repetir durante los Siete Días del Shivah)

A Víctor López Nieves (1919-1995)

Aquí estás aparentemente muerto, padre mío,
y yo que te amé, separado de tí,
también estoy tendido desde el alma
y recito mi trozo de alabanza
por tu honorable vida y tus ojos ciegos.

¡No es fácil escribir sobre hombres tan llenos
de silencio, tragados por las madreperlas,
sin la predecible sensiblería de los truhanes!
¡Fuíste tan fuerte, haz por haz,
conspirador velado en las costumbres,
pero tierno como los niños lujuriosos
y traviesos, tus alumnos sedientos de secretos!

¿Cómo fue tu vida de soldado?
¿Cuántas mujeres
tuvo tu uniforme de huesos grises,
tu guapura y tu estampa,
tu donaire de poeta caribeño?

Recuerdo tus muchos libros,
tus medallas, tus diplomas de hombre brillante,
tus monedas, tus piezas de recuerdos,
tus viajes a países extraños
y tus múltiples gabardinas y cobatas y trajes
y tus vivas a la independencia y al albizuísmo,
al Fidel de los '60s, a la ciencia soviética,
a la España democrática, sin Franco...

¿Cómo fue que llegaste a los campos, a la jaragua,
para robar la Luna en Mirabales y cazar
liebres con los Luiggi,
o despasearte por la Loma de Elizalde,
cómo descubríste el Charco del Peñón
y el Salto de Collazo?

Amaste la aviación, piloto de fantasías,
y a los héroes de la Sierra Maestra
y amaste a diez piedras de tu sangre
y a tus nietas y tu casa y tu Yuya, nueva Eva.

Al final, amaste la fe con ojos ciegos
y la tristeza de perder la mitad más querida
de tu cuerpo para ganar la mitad
más gloriosa de tu alma...

¡Qué irónica plenitud el amor tiene!
Hasta los poderosos como Nimrod
caen quebrantados y se los traga Seol
para llenarlos de vida.

II.

Lev yodea marat nefsho

Aquí recuerdo tu corazón
cuando aceito esta piedra con espíritu
y la guardo en la morada clara, sin espiguillos,
para que no se hurte tu cuerpo por salteadores.
Consagro para tu tumba,
el limpio tabernáculo
para que el sol en directo queme
el plexo de tu pecho.

Ya que el corazón es nuestra roca,
que sea tu propia piedra
la que consuele tus angustias.
Sobre tu cabecera la puse
porque ya estás muerto
y se te llama a secarte
como la vid en la inopia.

¡Ya para nada sirve tu esqueleto
ni en nuestra memoria viva!
De otro modo, colocaría esta piedra
sobre tus pies, con orden
... patead, dad coces.

Pero el corazón sabe más
que el calcañar y las rodillas
y ahora vives para volar
en las sospechas de lo inefable
como el piloto, el guerrero, el navegante
en otra barca de la vida...
Creed en aras de conocer,
no esperéis la verificación a priori,
crede quiad absurdum,
crede, ut intelleges, viejo ateo.

Ahora que penetras en la realidad de la muerte,
yo aceito la piedra de tu cabecera
y te encarezco que despiertes
en la pulpa cuántica,
con ondas de contínuo movimiento
ante el gran Testigo de la Constancia de la Luz.
27-4-1995

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Biobibliografía

Carlos López Dzur, miembro de la Generación de Escriores y poetas del Setenta en Puerto Rico. Comenzó a publicar sus libros en los 80; educado en la Universidad de Puerto Rico, San Diego State University, Universidad de California y Montana State. La mayor parte de su obra expuesta en las redes de la internet. Se ha dedicado a la enseñanza de Historia y Filososofía Contemporánea y el periodismo. Tiene más de una veintena de libros escritos (prosa y poesía). Entre ellos, «Teth mi serpiente», «Tantralia», «Lope de Aguirre y los paraísos soñados», «Berkeley y yo», «El pueblo en sombras», «Heideggerianas» y otros.